Cuando algo me gusta mucho, me encuentro casi instintivamente escribiendo… es una necesidad como otra cualquiera. Esta vez se trata de La llamada, una comedia musical de larga trayectoria en Madrid que se ha convertido en película de reciente estreno. Cuando el cine trata temas de religión, hace tiempo que adopté la postura de aprovechar cualquier pretexto que tenga carácter mediático para «traer el agua a mi molino». Desconozco las intenciones de los jovencísimos director y guionista, pero lo que tenemos delante es una buena película desenfadada y, sobre todo, un cúmulo de posibilidades para trabajar muchos temas. El puritanismo en este tipo de películas me parece que es la peor de las opciones. Por inútil y estéril. Porque genera mal rollo e incapacita al diálogo…
Desde el punto de vista técnico, me uno a las críticas positivas de la cinta que muchos ya han escrito, particularmente a la de José Luis Celada, publicada en la revista Vida Nueva de la semana pasada y suscribo sus elogios. Además, lo que apunto aquí son impresiones, reflexiones que bien podrían ser pistas de trabajo y temas para el diálogo con los más jóvenes, dado que todo gira en torno a la historia de dos amigas adolescentes en búsqueda y cambio. Muchas son las dimensiones que entran en juego y que podrían trabajarse (Vocación, amistad, ligues, droga, tabaco, fiestas…). Pero me centro en los dos grandes ejes que articulan la cinta.
- La música como metáfora de Dios. Siempre es un acierto. Las canciones que aparecen están llenas de significado y, sobre todo, realidades, emociones, sentimientos y situaciones de las protagonistas, de todas ellas. Canciones que enamoran y ayudan a descubrir el amor verdadero, canciones que alegran el corazón, canciones que hacen que explotes por dentro y por fuera, canciones para bailar y expresar la fe compartida, coreografías espontáneas y ensayadas, canciones para expresar las dudas, canciones-proyecto, canciones profundas… canciones que son la vida misma, que acompañan diferentes etapas de la Vida. Cada protagonista tiene las suyas, que comparte con las demás en situaciones muy concretas y llenas de sentido.
- La imagen de Dios: aparece un Dios sorprendente, distinto a lo que te imaginas, entrando en los corazones precisamente cantando canciones de esas que no te dejan indiferente, invitando a buscar y entregar lo mejor de uno mismo, un Dios que solo se complace cuando encuentra y saca la versión auténtica de las personas. La auténtica y no la que esperan los demás. Que supera los estereotipos y esquemas religiosos porque no quiere ritos o palabras huecas, sino que seamos nosotros mismos. Un Dios que rompe los muros y nos visita cuando él quiere, que nos busca porque está enamorado de nosotros. Esa presencia de Dios en la trama, va haciendo que las cuatro protagonistas vayan despojándose de lo superficial y tomando decisiones verdaderas, sinceras… plenas y profundas. Es él quien cambia el rumbo vital de cada una de ellas.
Aunque no lo haga aquí en profundidad, valdría la pena entrar en el análisis de cada una de las protagonistas, porque los personajes dan mucho de sí. Destaca la espléndida interpretación de Macarena García en el papel de María, la protagonista. Es muy difícil traducir en gestos la experiencia profunda que supone sentirse atraído por Dios, pero ella lo ha conseguido con una gran frescura y una naturalidad del todo convincente. De las religiosas destaca una cierta ingenuidad (reverente y sana) que las hace amables y simpáticas al espectador, pero sobre todo la bondad y la profundidad de ambas, cada una a su estilo. Incluso la madre Bernarda, termina fascinada por esa acción de Dios en en todas y cada una, y uniéndose de corazón a la fiesta final, la del agradecimiento espontáneo y auténtica alabanza.
¡No os la perdáis!